Pastoral3 de abril de 2019

Segundo día en Tánger

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El día de hoy hicimos una dinámica bastante interesante. Esta consistía en hacerle una carta a un amigo o familiar contando lo que habías visto y sentido durante el día y hemos decidido compartirla con ustedes.
 
Queridos lectores, hoy hemos aprendido dos cosas: que esta es una experiencia que no podíamos perdernos y que no tenías razón. Cuando me dijiste que no irías a la Semana Solidaria por miedo a lo que veríamos te entendimos, pero fue llegar y descubrir que no era verdad. Las realidades que hemos visto hoy han sido muy duras, pero es esto lo que nos dio la fuerza para actuar. El miedo no es malo, es una reacción natural a un clima hostil y muchas veces es necesario para entendernos a nosotros mismos. Es por esto que te recomendamos no dejarte llevar por lo que la gente te diga e intentar vivir todas las experiencias que puedas.
 
De todo lo que hemos vivido por ahora lo que más nos ha llamado la atención es precisamente lo que nos han repetido y explicado mil veces en el colegio, su necesidad de amor. Ellos no quieren lo que tú posees sino lo que tú tienes como persona y eso no se puede replicar. Es esto lo que ellos más buscan y pocas veces reciben. Un gesto tan normal como un abrazo para ellos es un tesoro. Todos necesitamos un poco de amor en nuestras vidas y ellos no son una excepción. Fue en este momento en el que reconocimos nuestro error. Ellos nos han hecho sentir muchas cosas. Pero de entre todas hay una que destaca sobre las demás, y es que ellos nos hicieron sentir necesarios y útiles. Aunque uno ya sepa esto, no está nada mal que te lo recuerden de vez en cuando. 
 
Una de las experiencias de hoy tuvo lugar en Adoratrices y tenemos que decir que nos encantó. Nuestra labor allí consistía en ayudar a las madres que iban a lavar, vestir y alimentar a sus hijos. Fuimos en coche, y cuando llegamos estábamos un poco nerviosos por si hacíamos algo mal, pero poco tiempo después, se nos fue ese sentimiento. Eran bastantes mujeres, por ello, tuvimos la oportunidad de colaborar mucho, a pesar de que estuvimos sólo dos horas. Los bebés eran muy pequeños, y teníamos que tener delicadeza con ellos. En ciertos momentos, algunos se ponían a llorar, bien porque tenían heridas o rozaduras, o simplemente porque tenían hambre. En esos momentos, podías empezar a preocuparte, pero las voluntarias también estaban para ayudarte. 
 
Lo que más nos gustó es que, aunque en algunas ocasiones las madres no te dejaban ayudar y podías quedarte sin hacer nada, podías acercarte a los niños, y con una simple sonrisa o gesto, te correspondían también con otra o incluso a veces se reían. 
 
Miguel Artiles y Mónica Suárez
 
 

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