Oración por los migrantes
Sharik tiene 16 años y podría ser cualquiera de nosotros, es más, debería serlo. Huyó de los conflictos que le rodeaban en Chad, pero al igual que sufría esa realidad pudo sufrir cualquier otra que injustamente vive su tierra. El hambre en Yemen, las guerras civiles de Sudán y Libia o la realidad del Sáhara. África es un continente sumido en la desgracia y lo único que los separa de nosotros son unos pocos kilómetros. Saqueamos y dividimos un pastel que nunca nos perteneció y al acabar los dejamos a su suerte. Europa es responsable directo del malestar de todo un continente, es momento de que dejemos a un lado la solidaridad y se imparta justicia. Sharik debe recibir una sanidad y educación digna, vivir una infancia como la que afortunadamente hemos tenido nosotros y, si en su país no se está dando, Europa debe brindarla por derecho.
Es un hecho: son miles las personas que llegan a nuestras costas buscando mejores condiciones de vida, esas que les fueron arrebatadas en sus lugares de origen. Arrastrados por la miseria, son capaces de hacer lo que sea necesario para vivir dignamente, aún con todos los costes abusivos impuestos por las mafias y los largos días a la deriva sujetos a la crudeza de alta mar. Cuando finalmente alcanzan su destino, si es que llegan a lograrlo, esperan un continente lleno de oportunidades, un lugar donde cumplir la ilusión que tan duramente han perseguido. Pero nosotros, desde la comodidad del sofá, nunca entenderemos nada de eso, simplemente vemos cifras e imágenes de pateras. Deshumanizamos la realidad y poco a poco vamos distorsionando el relato, señalando y buscando culpables. Tratamos de echar la culpa de la situación a terceras personas y dejamos que poco a poco vaya calando un mensaje de segregación, odio y racismo, sin fijarnos en que la mayor hipocresía la llevamos dentro. Nosotros, que protestamos cuando algo se tuerce en nuestro fácil día a día, estamos negando derechos básicos a aquellos que no han podido disfrutarlos.
La dignidad de estas personas al igual que la de cualquier otra, indiferentemente de su raza o etnia, es inalienable. La situación en la que se encuentran es una vergüenza y una violación prácticamente de todos los derechos humanos. Por si fuera poco, tristemente están siendo acompañadas por actitudes de racismo y rechazo impropias de cualquier país con la osadía de presentarse democrático. Acoger e integrar a los inmigrantes es un deber político y moral. Se trata de justicia, no de solidaridad. Solo la justicia hará que se venza al miedo frente a la inmigración.
Pues ya lo dijo el Papa Francisco: “La presencia de los inmigrantes y refugiados representa hoy en día una invitación a recuperar algunas dimensiones de nuestra existencia cristiana y de nuestra humanidad que corren el riesgo de adormecerse con un estilo de vida lleno de comodidades”
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