MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2015
A continuación podemos leer un resumen del mensaje del Papa Francisco para esta Cuaresma:
“Quiero detenerme en la globalización de la indiferencia. La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real para los cristianos. Por su parte, Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre.
1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26)
La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás.
2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9)
Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados.
La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra. Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano por quien Cristo murió y resucitó.
3. «Fortalezcan sus corazones»
También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes que nos narran el sufrimiento humano y sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir.
Podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. Y también podemos ayudar con gestos de caridad. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño.
El sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos.
Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón. Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos.
Por esto, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma. De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.”
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