Experiencia en un comedor social.
Durante el trayecto estaba un poco nerviosa, porque era la primera vez que iba y porque no sabía lo que me iba a encontrar. Cuando llegamos conocimos a sor Teresa, que nos explicó lo que teníamos que hacer. Pero antes de ponernos a trabajar, sor Teresa rezó el padre nuestro y a continuación nos presentamos. Me impactó cuando después de decir nuestros nombres nos aplaudieron.
Comenzamos a trabajar, había que llevar los platos con el potaje a cada persona y cuando habían terminado decirles si querían repetir o pasar al segundo plato. A continuación nos pusimos a repartir las albóndigas, que era el segundo plato. Me sorprendió mucho que cada vez que les servíamos nos decían “muchas gracias, mi niña”, o “gracias, eres un sol”. Después de que terminaron de comer nos quedamos a limpiar, limpiamos las mesas y las sillas, y también barrimos y fregamos el suelo. Cuando todo terminó, nos reunimos con dos monjas y comentamos qué tal nos había ido y nuestras impresiones del día.
Una de las cosas que más me agradó fue que no me lo esperaba así. Generalmente, cuando imaginamos un comedor social creemos que la gente que acude allí es muy pobre, sucia y con ropa vieja. Pero no es así, estaban bien vestidos y limpios. Cuando llevaba y recogía los platos por las mesas, se escuchaban conversaciones de lo más interesantes y cultas: economía, política, gastronomía… También me impactó muchísimo lo que comenté antes, que eran muy agradecidos y simpáticos. Entiendo que ir a comer a un comedor social no es una sensación muy agradable para los que acuden a él (pues dependen de la caridad para poder sobrevivir). Pero a pesar de su situación, ellos te trataban bien y con alegría.
Esta experiencia me ha hecho pensar mucho… A veces no valoramos lo que tenemos y queremos más y más. A veces en el comedor del cole no damos las gracias cuando nos dan la comida e incluso le hacemos ascos diciendo: “esto no me gusta”, o “no quiero más”… Muchas veces no nos damos cuenta de lo afortunado que somos, por tener familia, casa y comida para alimentarnos. Gracias a esto he aprendido que no podemos juzgar antes de conocer y que el verdadero sentido de la vida no son ni el dinero, ni las riquezas, sino que es poder compartir, ayudar y querer a todos los que nos rodean.
Elena Santacreu 2º ESO B
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